jueves, 16 de septiembre de 2010

LA SELVA DEL PERU - TARAPOTO

Tarapoto, set. 15.- Desde el instante que sales del avión, sientes cómo el calor entra por todos tus poros. Atrás quedó el viento frío, la brisa, la humedad y el cielo gris de la capital. Acá el sol brilla y refleja los millones de verdes del paisaje. Estamos en Tarapoto, tan lejos y tan cerca de Lima.
Como parte de la campaña “La Selva Pone”, impulsada por Promperú, para incentivar el turismo interno en nuestra selva, un grupo de periodistas partimos hacia esta ciudad de la región San Martín.
Del aeropuerto a Tarapoto el intenso sonido de las motos y las mototaxis se hacen presentes, como el zumbido de los mosquitos. Solo cuando salimos con dirección al Puente Colombia, ubicado a 30 minutos del centro de la ciudad, es que el rumor del río se siente.
RÍOS Y ENSUEÑO
El hospedaje escogido queda, a 30 kilómetros de Tarapoto y la aventura se da desde que partimos hacia allá: hay que tomar una embarcación que te lleva por el río Mayo hasta llegar al cruce con el Huallaga. La confluencia de las vertientes es mágica: aguas de distintos colores y sentidos se unen en un solo destino.
Tras una hora y media de contemplar los parajes y playas exóticas a los márgenes del río, arribamos a nuestro destino: El hotel está inserto en medio de la selva, a orillas del río Huallaga. Aquí no existe celular ni computadoras, solo un paraíso de fauna y vegetación.
La tarde calurosa en medio de la selva invita a refrescarte en las cataratas de Pucayaquillo, una caída de agua a solo 45 minutos a pie. El camino hacia ella es complicado, pero hermoso. Distintos tipos de plantas, como la uña de gato y la capirona, se revelan. Los árboles parecen que tocaran el cielo y los insectos son una nube perpetua a tu alrededor.
El estruendoso sonido de las aguas del Pucayaquillo invitan a un refrescante chapuzon. Su agua es cristalina y las piedras no pueden esconderse a través de ella. Una piscina natural en medio de la vegetación de arboles y arbustos que impactan con su belleza y perfección.
Tras refrescarnos en esta ducha natural, las aguas del río nos llevan hasta el puerto Chumía, zona de pescadores. Sus pobladores pescan en el Huallaga, durante las épocas de verano, porque, según explican, el bajo nivel del agua facilita la actividad. Nunca faltan en su mesa el zúngaro, la doncella y el boquichico.
SIN SOL, CON ESTRELLAS
La noche tranquila de la selva nos abriga y sobran energías para dirigirse al distrito del Sauce, para la visita obligada a la Laguna Azul. Para llegar es necesario pasar por el Puerto López, lo que sugiere una nueva aventura: cruzar el río en una balsa provista de 3 motores, para luego emprender viaje por carretera unos 30 minutos. El Trayecto es ligeramente turbulento, pero puedes observar diferentes tipos de flores como el Pico de Loro. Además si tienen suerte, pueden ver a unos pequeños monos que atraviesan el camino.
La laguna es tan grande que parece un mar rodeado de montañas. Sus aguas y los alrededores son habitada por aves, peces y personas. Esta laguna te atrapa y no te deja hasta que no des un paseo por sus azules y turquesas. La Laguna Azul, toma su nombre de la película de los años ochenta, cuya protagonista es una joven Brooke Shields.
DE REGRESO A LA CIUDAD
Ya en Tarapoto, las opciones de hospedaje son múltiples. Cristina Mendoza, gerente del hotel Río Shilcayo, nos comenta que el turismo ha crecido un 30% comparado al 2009. Los turistas que llegan a esta ciudad son, en su mayoría nacionales, solo el 10% son extranjeros, nos indica.
Tras una tibia noche, era hora de visitar la catarata de Ahuashiyacu, ubicada dentro del Área de Conservación Cerro Escalera, a tan solo catorce minutos de la ciudad por la carretera a Yurimaguas. Está catarata es de visita obligatoria. Es el sello representativo de Tarapoto.
En el trayecto de subida, el aroma de orquídeas y bromelias perfumaban nuestro viaje y distintas clases de mariposas, aleteaban a nuestro alrededor.
Los 30 metros de Ahuashiyacu son una maravilla de la naturaleza y en épocas de lluvia su poza alcanza una profundidad de hasta 2 metros y medio. Sus aguas son cristalinas y muy refrescantes. Si vienes a esta parte de la selva peruana no te puedes perder el paisaje de esta caída de agua.
El viaje a Tarapoto terminó y la conclusión, sin duda, es que la selva “pone”. Tres días de sol, vegetación y cataratas y a tan solo una hora en avión partiendo de Lima.

Publicado por EL COMERCIO (15-9-2010)

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